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martes, 9 de noviembre de 2010

LA GRAN FRACTURA DEL PERU

LA GRAN FRACTURA DEL PERÚ
JESÚS JIMENEZ LABAN

Con frecuencia escucho a los políticos que repiten aplicadamente las ideas y lecciones de los gurúes que visitaron hace poco el Perú.   Y, por supuesto, no me parece mal que se  familiaricen o adapten nuevas formas de ver el mundo. 

Sin embargo, lo importante es ponerlas en acción, cosa que ciertamente depende de un cambio de mentalidad, de una nueva línea de pensamiento frente al mundo del siglo XXI.   Para empezar a construir un nuevo Perú debemos empezar a sacar de nuestras cabezas el chip de la Revolución Industrial del siglo XIX, era que se ubica en el ocaso, si es que no se ha ido para siempre, salvo mejor parecer.   La nueva era es la que vivimos con Internet, con la Tecnologías de Información y Comunicación que cada vez más tendrán peso gravitante en el Producto Bruto Interno (PBI) de los países. 

Sí, es una nueva era, no un simple ciclo económico para usar los términos de Joseph Schumpeter, quien destacó el papel del empresario como agente de inversión e innovación para el aumento o disminución de la prosperidad. Pensar como hombres del siglo XXI es abandonar la idea de que estamos creciendo con pies de plomo y por ello caer en la autocomplacencia.  ¡Cuidado!    Estamos creciendo, sí –qué duda cabe- pero sólo porque exportamos materias primas, cuyos precios se han disparado como lo vemos el oro -US$1400 la onza-, algo que invita a proponer a funcionarios de la talla de Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial, el retorno al patrón oro en vista de la debilidad del dólar, yen, euro o yuan en medio de una volatilidad y crisis de divisas que sólo recuerda la recesión de 1929. 

Volviendo al tema de la exportación de materias primas, queda claro que esto no es sustentable en el tiempo, pues no nos puede durar toda la vida porque en algún momento –como ya se advierte- se agotarán los recursos naturales, de manera que no veo cómo saltar en un pie, tema que seguramente tocará este año el empresariado en CADE 2010.

El día que tengamos industrias para la exportación –sin desconocer los tímidos intentos de ahora-, ese día habremos desarrollado capacidad plena para extraer, procesar y comercializar nosotros mismos los recursos naturales –que son de todos- dentro de un contexto de comercio exterior justo y responsable.   Ese día podremos celebrar y lo podremos hacer en la medida que ensanchemos las espaldas de nuestras industrias con una nueva visión de futuro, tal vez siguiendo una gerencia estratégica –como sostiene Michael Porter que viene a Lima- para desarrollar en las empresas y regiones o microrregiones ventajas competitivas y estrategias competitivas.

El desafío de la Academia, Empresa y Estado

El problema es que tenemos una gran fractura en la  economía y en el Estado.  Un Estado que Francis Fukuyama ve en el tercer mundo y una empresa que ingresa al circuito del primer mundo.   Y es que el Perú no está caminando –aunque muchos se molesten- al ritmo que demanda el futuro.   Nuestros empresarios se han quedado estancados en la acumulación de riqueza –según el modo de pensar del siglo XIX- y lo que es peor, han puesto en el rincón la gestión del conocimiento, junto con un Estado que no sabe dónde está ni a adónde va.  

Bien ¿lo que estamos viendo aquí es un error o tenemos que sobrecogernos por horror?   Depende del cristal con que miremos las cosas.   Si asumimos que la globalización sirve para que unos vean realizado su sueño de  internacionalización a costa de los otros, es un error.   Si pensamos que podremos sobrevivir con una educación sin calidad y sin profundidad, sin infraestructura moderna en ancho de banda, sin ciencia y tecnología,  durante las próximas décadas, es un horror.

Como dice el gurú americano Fukuyama, la educación es crucial para generar innovación la misma que nos permite crear el blindaje de la competitividad de un país.   Esto pasa, como no podría ser de otro modo, por capacitación y especialización transversal desde un Estado que se ha convertido en un montón de chatarra con leyes obsoletas –según el escritor y futurólogo Alvin Toffler- hasta una empresa limitada y enfocada sólo a actividades primarias sin dejar espacio para la gestión del conocimiento y el despegue industrial del Perú en el mundo, a partir de una revolución digital.  Un problemas común, ciertamente, a los países emergentes y a los que no lo son.

Esta no es una llamada de atención a los empresarios –no soy quien para hacerlo- sino más bien una clarinada de alerta, si tenemos en cuenta lo que acaban de escribir los economistas Peter Diamond, de MIT, Dale Mortensen, de Northwestern, y Christopher Pissarides, de LSE., recientes ganadores del Premio Nobel de Economía 2010.   Por supuesto, no vamos a explicar aquí la teoría científica, pero sí resulta ilustrativo, reflexionar y dejar en claro que –si no actuamos a tiempo con la educación -que no puede estar en manos de improvisados ni retardatarios- podríamos estar construyendo el crecimiento y el desarrollo con pies de barro.

Siguiendo las ideas de los ganadores del Nobel de Economía 2010 –la teoría sobre el desempleo- existen razones para entender por qué habiendo vacantes en el mercado laboral, existe el desempleo.  La explicación es que parece existir un proceso costoso tanto para el empleador que crea puestos de trabajo como para el empleado los busca según sus destrezas y expectativas.  Del mismo modo, en el mercado laboral el empresario tiene información imperfecta sobre las características de los desempleados y éstos sobre las vacantes cuando busca trabajo, algo que para el profesor Daniel Gomez, Universidad de Chicago, resulta muy útil a la hora de pensar sobre políticas públicas y desempleo.

Como parece vaticinas Fukuyama en el futuro habrá desempleados aunque exista oferta de trabajo.   ¿Por qué los desempleados no conseguirían trabajo si tienen oferta de empleo?   Sencillamente porque no están capacitados ni especializados en nada.  Esto, como es de suponer, tiene un efecto en cadena.   Porque al no poder cubrir las vacantes que ofrece el mismo mercado –precisamente por ser recurso humano incapaz y rezagado- las fábricas no producen como debieran en un cuadro de innovación y competitividad.

Siendo la falta de educación una barrera enorme para estos trabajadores, que crea ese desbalance entre empleados y vacantes, lo que viene es la falta de capacidad adquisitiva -por falta de emopleo- para generar consumo de los productos y servicios –casa, auto, computadora, software etc.- y con ello la falta de compradores para dinamizar el mercado, una consecuencia del estancamiento en las escuelas, universidades, centros de innovación tecnológica y falta de conocimiento nuevo. En una palabra, es la capacitacion, el entrenamiento y la especialización lo que demanda el mercado –no lo que busca el empleador, el profesional o el obrero- lo que se convierte en poder de innovación y en poder de compra o capacidad de gestión dentro de la actividad pública y privada.  Este es el gran desafío para la Academia, la Empresa y el Estado.

Como se ve, la clave de todo esto está en la gestión del conocimiento, que prioriza lo que enseña la experiencia unida a la información de avanzada para generar conocimiento nuevo.   Por eso, dicen que quien no tiene experiencia, simplemente no existe, del mismo modo que quien no tiene acceso al conocimiento no podría crear innovación, generar un cambio, marcar la diferencia para competir y justificar su existencia.  La gestión del conocimiento cubre precisamente esa carencia porque usa técnicas para  capturar, almacenar y organizar ese conocimiento para transformarlo en capital intelectual.

¿Y si esto fuera posible?

Por otro lado, dejemos a los políticos que hagan lo suyo, pero éstos deben sincronizar con este nuevo pensamiento.   Podemos citar como referentes hacia este nuevo mundo al ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe quien se rodeó de la mejor gente y la invito a trabajar para el Estado –aunque todavía con alta informalidad y obsolescencia legal-  y al presidente saliente Luis Ignacio Lula Da Silva quien ha demostrado que no hay contradicción entre ortodoxia y rentabilidad social –aunque deja en agenda inversión en infraestructura, reforma laboral y fiscal e impulso a la ciencia y tecnología- para no mencionar a Muhammad Yunus, el  Nobel de Paz, que encontró en los microcréditos una forma de dar independencia financiera a los más humildes y necesitados –principalmente mujeres- para alcanzar el control del futuro, incentivando el desarrollo económico y social desde abajo.     

Obviamente, si queremos alcanzar una economía sostenible en el tiempo, el imperativo es gobernar en democracia, teniendo como base el Estado de Derecho, en el que manden las Leyes y no los hombres.   Así de simple, una República en armonía sinfónica entre un Poder Legislativo –que se deshace de leyes obsoletas e inservibles y crea el marco para un Estado con respeto a la economía social de mercado, con más presencia en la obra social, más regulador contra la abusos, más rápido y más gestor para poner las cosas en movimiento, un Poder Judicial –que reclama velocidad, transparencia y predictibilidad-, y un Poder Ejecutivo que acoge a estadistas con visión de futuro, que respetan la libertad de expresión como antídoto contra la corrupción y que promueve las inversiones como elemento decisivo de prosperidad de las familias y de la sociedad en su conjunto, incluyendo cada vez a más gente. 

Es decir, hacer lo que reclama precisamente Liu Xiaobo, premio Nobel de la Paz 2010;  lo que nos aleje de mal ejemplo de Birmania (Miammar), donde una dictadura todo lo digita desde el poder para eternizarse en él; y aplicar las lecciones de Alvin Toefler –mucho antes que Fukuyama y  el modelo Diamond-Mortensen-Pissarides- para apurar la gestión del conocimiento, fuente de la revolución de la nueva riqueza, pero antes se requiere, como se dijo al inicio, un cambio en la forma como pensamos, como jugamos con estas nuevas reglas y cómo decidimos la reparación de esa gran fractura, la brecha digital, esa diferencia socioeconómica entre aquellas comunidades que tienen internet y aquellas que no, el nuevo nombre del analfabetismo en el siglo XXI.